La participación se ha convertido en el principal enfoque de la intervención social, aún así vemos a menudo en proyectos sociales que no se ha cambiado la lógica subyacente hacia relaciones más horizontales entre todas las personas involucradas. En los siguientes párrafos se introduce al por qué de la participación, para luego dar recomendaciones puntuales para la elaboración de un proyecto social participativo de verdad.
Durante siglos la forma común de aportar un granito de arena para mejorar el mundo ha sido a través de actos filantrópicos o asistencialistas. Estos actos – realizados por individuos, iglesias, agrupaciones sociales, organizaciones o instituciones públicas – consisten principalmente en suministrar dinero, bienes o servicios para las necesidades inmediatas que se cree que tiene la gente a la que se destina esa ayuda.
En contextos de crisis humanitaria, esta puede ser una forma rápida y efectiva de garantizar la sobrevivencia de personas vulneradas o en alto riesgo, pero es un enfoque limitado para mejorar sustentablemente el bienestar de las personas. El asistencialismo no es mucho más que ponerle una cura a una herida que no para de sangrar, lejos de mitigar las causas de la hemorragia y evitar el accidente o enfermedad que la causó.
Debido a la falta de enfoques más preventivos y adaptados a las realidades locales, disciplinas como el Trabajo Social se han esforzado en encontrar maneras más holísticas para mejorar el bienestar de personas, grupos y sociedades enteras a través de proyectos sociales.
Parece que para este nuevo enfoque la clave ha sido la incorporación de la participación en los proyectos sociales. No obstante, la participación muchas veces no va más allá de un acto simbólico, por lo que la sola mención de la participación no convierte a la metodología de trabajo en participativa de verdad.
La participación y sus implicaciones
Cuántos proyectos sociales no terminan su evaluación con frases como la siguiente: “en el evento participaron cuarenta personas, de las cuales 24 fueron hombres y 16 mujeres”, obviando que de dichas cuarenta personas solamente tres levantaron su voz al final del evento para agradecer a las personas que expusieron. No cualquier participación es, por lo tanto, una participación de verdad. Para una mejor diferenciación suelo hablar de participación bancaria, vs. participación activa, la de verdad.
Para esta diferenciación es inevitable recordar las enseñanzas del educador brasileño Paulo Freire y su concepto de educación bancaria. En la escuela era común tener clases en las que el/la maestro/a nos mandaba a memorizar textos, fechas, fórmulas y conceptos para pasar el examen. Apostaría que muchos nos preguntamos más de una vez: “¿y esto para que me va a servir en la vida real?”. Bueno, esa es la educación bancaria, cuando un/a educador/a deposita información, esperando que ésta sea archivada acríticamente, sin considerar el aporte que estudiantes pueden hacer al proceso educativo.
Lo contrario es la pedagogía popular, la de la liberación, de la pregunta y del diálogo, aquella en la cual el proceso de aprendizaje se fundamenta en las personas que se están educando, es decir que la educación construye sobre la propia experiencia y contexto los nuevos conocimientos. Por ejemplo, cuando recordamos las anécdotas de nuestros abuelos/as para discutir sucesos históricos o cuando observamos los cambios en nuestros cuerpos durante la adolescencia para estudiar el desarrollo sexual de hombres y mujeres.
Reconocer que esta segunda forma de pedagogía es más adecuada para un proceso educativo, significa también reconocer que las personas son personas con acción, que sienten, piensan y tienen opiniones, personas que pueden ser protagonistas de los procesos sociales que se dan en su entorno. Traducido nuevamente al plano metodológico, esto implica formular el proyecto alrededor de la participación, asegurando así el protagonismo de las personas en todas las fases del proyecto y estableciendo relaciones horizontales entre quienes facilitan el proyecto y a quienes está destinado. Vamos a ver cómo.
Realizar proyectos sociales con participación activa
Primero, partimos de una estructura básica de elaboración de proyectos que consiste en diagnóstico, formulación, implementación y evaluación. Para que un proyecto social sea participativo, se requiere la participación de la población en todas las fases del proyecto.
El diagnóstico participativo es esencial para atinar no solamente las problemáticas que se quieren solucionar, sino también para consensuar con la población el cómo solucionar esa problemática. La clave aquí es habilitar el ambiente para que la población hable, dialogue e intercambie. La dinámica que se da entonces es la de un diálogo de saberes, experiencias y sentires que puede tener diversos beneficios, como la mejora en la comunicación intracomunitaria, la concientización de problemáticas y soluciones, la creación de una identidad colectiva, la adopción de compromisos, etc.
La organización impulsora del proyecto en esta etapa tiene la función de facilitar el diálogo (con preguntas claves y asegurando la participación democrática) y de escuchar activamente, para luego traducir lo escuchado en un proyecto social. El objetivo es, que la población se apropie del proyecto, siga participando en las demás fases del proyecto y que los resultados e impactos sean sostenibles después de finalizar el tiempo formal del proyecto.
La formulación participativa de proyecto es probablemente la fase que requiere mayor capacidad de negociación, pues no solamente es un proceso entre la población y la organización impulsora del proyecto, sino también influyen los requisitos de la institución donante o financiadores. Es especialmente tediosa esa relación cuando se requiere la aprobación de la institución financiadora y de los primeros recursos económicos antes de poder ir a campo a hacer un diagnóstico.
En este caso es recomendable involucrar en el proyecto una organización o cooperación local que tenga experiencia de campo con la población con la que se quiere trabajar o incluso buscar el diálogo con algunos actores claves de la comunidad, con tal de tener una visión más contextualizada de la realidad local. En un primer momento también conviene formular el proyecto de manera que sea posible ajustar su estructura y contenido según lo expuesto por la población en el proceso participativo.
En la implementación del proyecto hay diversas maneras de mantener la lógica dialógica-participativa, pero con un enfoque en la acción. Un proyecto sobre agroecología, por ejemplo, puede incluir el intercambio de experiencias en visitas a diferentes fincas y aprender prácticas específicas como el examen de suelo o la elaboración de fertilizantes orgánicos.
Un proyecto de vivienda autogestionada puede requerir un taller sobre las políticas públicas de vivienda para que el colectivo use las bases legales para defender su derecho a la vivienda. Un proyecto de salud sexual reproductiva puede inducir la creación de una red de promotores para compartir los conocimientos en los diversos círculos sociales de una comunidad.
La idea es clara: se trata de que la población actúe, mientras que la organización impulsora se queda al margen del proyecto, asumiendo responsabilidades logísticas, financieras y de acompañamiento.
El proyecto finaliza con una evaluación participativa (ojalá a corto, mediano y largo plazo), para discutir sobre los aciertos y carencias del proyecto. Es importante recalcar que esta evaluación participativa no tiene el objetivo central de satisfacer los requisitos de la institución donante, sino para sostenibilizar los aprendizajes y procesos impulsados.
Con un enfoque retrospectivo y prospectivo se debe contar nuevamente con un espacio de diálogo, para reflexionar críticamente sobre los procesos que se dieron durante el proyecto y discutir la ruta a seguir a partir de ahora, ya que normalmente los proyectos sociales se formulan como impulsores de desarrollo, y se pretende que estos procesos de desarrollo han de seguir su curso después de terminar el tiempo formal del proyecto.
Esta evaluación es inherentemente cualitativa y colectiva, pero si desde la organización impulsora se decide realizar una evaluación cuantitativa puede ser interesante aprovechar el espacio de diálogo para discutir dichos datos cuantitativos recogidos en forma de una validación participativa.
Conclusiones
Elaborar proyectos sociales participativo de verdad (o activos) no es un asunto fácil, se requiere de flexibilidad, habilidad de escucha y mucho tiempo en campo. Pero al final hay que recordar, que trabajar con personas es complejo, pues no es exagerada la afirmación de que cada cabeza es un mundo. Por eso mismo es tan importante esforzarnos a escuchar esos mundos y a partir de ahí proponer proyectos que tengan el potencial de un cambio social, la mejora del bienestar o la solución de un problema en el largo plazo.
El esfuerzo, además, se paga doble, pues el impacto del proyecto superará el objetivo inicial en esferas tanto individuales como colectivas. Uno de los efectos más significativos en el contexto actual es el fortalecimiento del tejido social. A partir de este se pueden dar dinámicas de ayuda mutua y de acción colectiva en situaciones totalmente ajenas al proyecto, creando un cimiento social capaz de impulsar un desarrollo desde lo interno de los protagonistas.
Hasta aquí mis recomendaciones para un proyecto social participativo de verdad. Y vos, ¿qué otras recomendaciones tenés?
Lectura recomendada:
Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI
Link para descargar: https://www.servicioskoinonia.org/biblioteca/general/FreirePedagogiadelOprimido.pdf
¿No hay tiempo para leer 175 páginas? Aquí un video para introducirse a la lectura: